“Bienaventuradas las que tienen hambre y sed de justicia porque ellas serán saciadas” Mateo 5:6
Estamos aquí, como personas de fe comprometidas con los derechos de las mujeres, de las niñas, de los niños, de las personas LGBTIQ.
Estamos de pie acompañando las luchas sociales desde nuestra responsabilidad cristiana, como creyentes y personas religiosas. Estos han sido tiempos complejos, la pandemia ha profundizado las desigualdades económicas, sociales y como resultado la violencia contra las mujeres y niñas se ha vuelto más invisible. ¿Quién sostiene la vida en contextos de crisis? frecuentemente son y somos las mujeres.
Cada 44 horas una mujer es víctima de feminicidio en Ecuador, en este 2021 hemos perdido 172 hermanas producto de la violencia machista, 161 niños y niñas han quedado en situación de orfandad como resultado del odio y violencia extrema. Las cifras y números que aumentan día a día resultan insuficientes para entender la magnitud de la violencia y la urgencia de que como sociedad y especialmente como personas de fe no guardemos silencio.
También denunciamos que en nuestros espacios de fe aún hay una deuda histórica con las mujeres, pues seguimos siendo víctimas de violencia cuando se nos impide ejercer el pastorado y/o sacerdocio aún cuando estamos capacitadas para hacerlo; se nos impide la participación en la toma de decisiones a pesar de que somos las mujeres quienes trabajamos arduamente en los ministerios, misiones y proyectos de las iglesias, es por ello que el día de hoy nos sumamos a la movilización contra todas estas formas de violencia, porque una iglesia que no incluye plenamente a las mujeres no es una iglesia coherente. .
Hoy marchamos por las que no están. Marchamos por las víctimas y sobrevivientes de violencia sexual, por las niñas y mujeres forzadas a la maternidad, por las que no han podido acceder a abortos legales, por las víctimas de violencia sexual en sus familias y en los espacios religiosos. Marchamos por las mujeres que viven violencia en sus espacios laborales, en su casa e incluso en sus propias camas. Rechazamos los discursos teológicos fundamentalistas que desde los púlpitos han servido como instrumentos religiosos para instaurar la discriminación y legitimar el sometimiento y la violencia contra las mujeres en toda su diversidad.
Marchamos, denunciamos y al tiempo nos acompañamos en la rabia e indignación porque la complicidad de los silencios profundizan la impunidad.
Hoy rechazamos como personas de fe los silencios cómplices, la falta de acción de las iglesias frente a estos hechos porque estamos convencidas y convencidos de que el silencio no es una opción. Nuestra responsabilidad es acompañar a las víctimas, sobrevivientes y a sus familias velando y luchando por justicia reparadora y restaurativa.
Proclamamos nuestro compromiso de fe por la construcción de comunidades solidarias, sororas, justas inclusivas, fraternas, de cuidado mútuo que encarnen la justicia, paz, la no violencia y la no discriminación contra las mujeres dentro de la iglesia y en la sociedad.
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